Origami
Las casas, allí en la colonia dos de abril, adquieren formas espectaculares por las noches. La amarilla grande de la esquina se convierte en una inmensa boca que se traga a cualquiera que transite por ahí después de la una de la madrugada. La de don Beto, junto a la verdulería, se transforma en un abedul donde las luciérnagas y aves nocturnas suelen tener una ancestral ceremonia entre sus ramas: Cada ave se despluma sola. Enseguida cuatroscientas luciérnagas se adhieren a su cuerpo y ya en bandada remontan el vuelo dejando una estela de luz verde sobre la ciudad. La casa de una sola planta de la viejecilla del ojo de cristal desaparece. En su lugar uno puede ver un antiguo panteón indígena (hay que hacerlo desde una distancia considerable para evitar ser devorado por la casa de la esquina). Desde lo lejos puede sentirse el olor a flores muertas y oirse el canto de una princesa Chichimeca. Mi casa se vuelve un pozo lleno de fango. Un pantano con lirios, musgo y algas. Con trozos de madera flotando inertes en su superficie. Pasando las doce de la noche, me pongo mi traje de buzo, tomo una ración de acelga cruda y me voy a dormir.
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