Mayo 10: Dia de las madres.
Hace tiempo escribí esto para mi madre. Hoy en su día lo retomo para expresarle nuevamente mi eterno amor y agradecimiento.
RECUERDO...
"Dicen que fue un tres de diciembre, yo sólo recuerdo que ese espeso líquido en el que flotaba y que me envolvía de calor desapareció de repente y en ese mismo instante una ráfaga intensa de luz me inundó los ojos. Recuerdo que el cambio brusco de temperatura me hizo llorar y que de repente me vi rodeado de extraños vestidos de azul que escondían sus rostros tras un cubrebocas, bueno, casi todos, porque ella no, ella estaba ahí, temblando y sudando, respirando bruscamente como tratando de jalarse la vida a sus pulmones de nuevo. Con ese casi desfallecer y ese cansancio en su rostro persistía una sonrisa, la más sincera que jamás haya visto. La reconocí de inmediato, entre toda esa gente corriendo de lado a lado. Ahí, flotando en ese cuarto frío de hospital, con el brazo perforado para recibir gota a gota una dosis de fuerza, y soportando aún los vestigios del dolor de abrirse hasta casi la muerte para dejarme emerger de mi sueño a la vida. Recuerdo que me metieron algo a la nariz para sacarme los restos del líquido aquel que fuera mi guarida por nueve meses y que me limpiaron el cuerpo de aquella sangre que me manchaba del color de su suerte. Ya arropado, al fin me acercaron a ella y fue entonces cuando rocé su piel, cuando por primera vez sentí el calor de sus labios en mi rostro, ese frágil primer beso. Imagino que fue, en su lenguaje, la primer forma de decirme que me amaba. Fue en ese instante cuando supe que también se puede llorar de alegría. Recuerdo que ya envuelto en el calor de sus brazos escuché de nuevo su voz (me encantaba su voz, cuando me hablaba desde afuera para contarme mil historias, para desahogarse conmigo o cantarme una canción, o para contarme del plan de los cien nombres que tenía para mí). La primera vez que la oí me resultó un eco lejano: Me dijo que me amaba, aún sin conocerme; me contó que me esperaba deseosa de tenerme entre sus brazos y compartirme y enseñarme de las cosas del mundo, me prometió que ahí estaría ella, siempre a mi lado, para jugar, para ver juntos pasar los años, para disfrutarnos, para apoyarme, para verme reír y soñar, para todo... dijo que ella estaría ahí para todo. Fue esa la primera vez que la oí, por eso, después de reposar sus labios sobre mi frente el día de mi llegada y decir algo, la reconocí de inmediato... Un simple mensaje de bienvenida, un simple hola, el sello de su voz en mi siempre... el siempre de su voz en mi memoria. Fue realmente delicioso sentir su calor sin esa pared de piel de por medio. Tan grabado se me quedó aquel día que llevo intacta en mi mente su mirada. Aún recuerdo el agua que escurría de sus ojos, que se deslizó por sus mejillas suavemente hasta chocar con mi piel y penetrarla, hasta bañarme las entrañas con su sal de amor, con su lluvia de alegría. Ese día... ella y yo, juntos de nuevo, por primera vez en el mundo de afuera. Ella y yo abrazados en aquel cuarto frío de hospital que era solo frío alrededor de nosotros, porque ahí, donde estábamos acostados ella y yo, sin más distancia entre los cuerpos que el grosor de una frazada, ni el frío ni nada parecido, existía.
Hoy, muchos años después, aún persiste ese grato soplo de calor que me envuelve y me recorre por dentro al oír su nombre, al abrazarla y sentir su aliento acariciándome la vida, o al escuchar su voz... esa que al llegar a mis oídos, se traduce en eterna armonía. Esa voz que permanece perpetua en mi cabeza desde que la escuché por primera vez. Y tan verdadera fue su promesa de aquella ocasión, que vivo este sueño infinitamente agradecido con ella. Ella que cumplió aquel “estaré ahí para todo”... porque siempre ha estado ahí, a mi lado, para ver pasar los años juntos, para apoyarme, para verme reír y llorar, para compartirme y enseñarme de las cosas del mundo... ella que a pesar de todo sigue en pie, luchando con el mundo y recordándome a mi y a esos dos seres que llegaron años más tarde, que no importa la distancia ni el frío, allí estará siempre que exista el aire en sus pulmones, para obsequiarnos su tiempo y sin exagerar, hasta su vida entera... y sólo para que nosotros, que somos tres, sigamos disfrutando de este maravilloso sueño al que llamamos vida."
Ella se llama Carmen, ella es mi madre.
Carmen: gracias de verdad, por traerme a este sueño, por no soltarme la mano y seguir aquí a mi lado en esta aventura que iniciamos juntos nueve meses antes de aquel nuestro primer abrazo... Te amo, gracias por ser, por estar, por existir...
CARMEN
RECUERDO...
"Dicen que fue un tres de diciembre, yo sólo recuerdo que ese espeso líquido en el que flotaba y que me envolvía de calor desapareció de repente y en ese mismo instante una ráfaga intensa de luz me inundó los ojos. Recuerdo que el cambio brusco de temperatura me hizo llorar y que de repente me vi rodeado de extraños vestidos de azul que escondían sus rostros tras un cubrebocas, bueno, casi todos, porque ella no, ella estaba ahí, temblando y sudando, respirando bruscamente como tratando de jalarse la vida a sus pulmones de nuevo. Con ese casi desfallecer y ese cansancio en su rostro persistía una sonrisa, la más sincera que jamás haya visto. La reconocí de inmediato, entre toda esa gente corriendo de lado a lado. Ahí, flotando en ese cuarto frío de hospital, con el brazo perforado para recibir gota a gota una dosis de fuerza, y soportando aún los vestigios del dolor de abrirse hasta casi la muerte para dejarme emerger de mi sueño a la vida. Recuerdo que me metieron algo a la nariz para sacarme los restos del líquido aquel que fuera mi guarida por nueve meses y que me limpiaron el cuerpo de aquella sangre que me manchaba del color de su suerte. Ya arropado, al fin me acercaron a ella y fue entonces cuando rocé su piel, cuando por primera vez sentí el calor de sus labios en mi rostro, ese frágil primer beso. Imagino que fue, en su lenguaje, la primer forma de decirme que me amaba. Fue en ese instante cuando supe que también se puede llorar de alegría. Recuerdo que ya envuelto en el calor de sus brazos escuché de nuevo su voz (me encantaba su voz, cuando me hablaba desde afuera para contarme mil historias, para desahogarse conmigo o cantarme una canción, o para contarme del plan de los cien nombres que tenía para mí). La primera vez que la oí me resultó un eco lejano: Me dijo que me amaba, aún sin conocerme; me contó que me esperaba deseosa de tenerme entre sus brazos y compartirme y enseñarme de las cosas del mundo, me prometió que ahí estaría ella, siempre a mi lado, para jugar, para ver juntos pasar los años, para disfrutarnos, para apoyarme, para verme reír y soñar, para todo... dijo que ella estaría ahí para todo. Fue esa la primera vez que la oí, por eso, después de reposar sus labios sobre mi frente el día de mi llegada y decir algo, la reconocí de inmediato... Un simple mensaje de bienvenida, un simple hola, el sello de su voz en mi siempre... el siempre de su voz en mi memoria. Fue realmente delicioso sentir su calor sin esa pared de piel de por medio. Tan grabado se me quedó aquel día que llevo intacta en mi mente su mirada. Aún recuerdo el agua que escurría de sus ojos, que se deslizó por sus mejillas suavemente hasta chocar con mi piel y penetrarla, hasta bañarme las entrañas con su sal de amor, con su lluvia de alegría. Ese día... ella y yo, juntos de nuevo, por primera vez en el mundo de afuera. Ella y yo abrazados en aquel cuarto frío de hospital que era solo frío alrededor de nosotros, porque ahí, donde estábamos acostados ella y yo, sin más distancia entre los cuerpos que el grosor de una frazada, ni el frío ni nada parecido, existía.
Hoy, muchos años después, aún persiste ese grato soplo de calor que me envuelve y me recorre por dentro al oír su nombre, al abrazarla y sentir su aliento acariciándome la vida, o al escuchar su voz... esa que al llegar a mis oídos, se traduce en eterna armonía. Esa voz que permanece perpetua en mi cabeza desde que la escuché por primera vez. Y tan verdadera fue su promesa de aquella ocasión, que vivo este sueño infinitamente agradecido con ella. Ella que cumplió aquel “estaré ahí para todo”... porque siempre ha estado ahí, a mi lado, para ver pasar los años juntos, para apoyarme, para verme reír y llorar, para compartirme y enseñarme de las cosas del mundo... ella que a pesar de todo sigue en pie, luchando con el mundo y recordándome a mi y a esos dos seres que llegaron años más tarde, que no importa la distancia ni el frío, allí estará siempre que exista el aire en sus pulmones, para obsequiarnos su tiempo y sin exagerar, hasta su vida entera... y sólo para que nosotros, que somos tres, sigamos disfrutando de este maravilloso sueño al que llamamos vida."
Ella se llama Carmen, ella es mi madre.
Carmen: gracias de verdad, por traerme a este sueño, por no soltarme la mano y seguir aquí a mi lado en esta aventura que iniciamos juntos nueve meses antes de aquel nuestro primer abrazo... Te amo, gracias por ser, por estar, por existir...
CARMEN
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